El alimento de la rabia

Eran aproximadamente las 9 de la mañana cuando decidí salir a dar un paseo por la playa, el sol radiante que vislumbraba desde la terraza invitaba a ello y yo era merecedora de concederme ese privilegio.

Caminando por la orilla del mar mis pensamientos iban y venían al ritmo de las olas cuando uno de ellos me atrapó llevándome a coger el teléfono para hacer una llamada.

-¿Sergio? Estoy muy cerca de tu casa. ¿Tomamos un café?

El día anterior se había puesto en contacto conmigo, necesitaba una conversación.

15 minutos después lo vi aparecer cabizbajo, sus pasos eran lentos, parecía como si un gran peso recayera  sobre sus hombros. Al momento me di cuenta de que iba acompañado de su perrita Pipa. Aunque el animalito no pesa más de 1.500 gramos daba la sensación de que era ella la que tiraba de su dueño.

Al encuentro el saludo no fue tan efusivo como en otras ocasiones y ahí fue donde me di cuenta de que su estado anímico no pasaba por el mejor momento.

Nos sentamos en la cafetería y comenzamos hablando de cosas banales hasta que su propia necesidad encauzo la conversación hacia lo que realmente le preocupaba.

-Últimamente estoy muy irascible, no soporto nada y me paso el día discutiendo con todo el mundo, no me reconozco.

-¿Qué es concretamente lo que no soportas?

-A mis padres y a mi mujer, siempre se están metiendo conmigo

-¿Siempre, siempre, siempre?

-Bueno, a veces, sobre todo a la hora de comer, dicen que como mucho

-Y ese comentario… ¿cómo te hace sentir?

-Me produce rabia, no me dejan en paz, para mi es el momento más gratificante del día y me lo estropean

-¿Qué pensamientos acompañan a esa rabia?

-Pues eso, que me dejen tranquilo, que se preocupen de lo que comen ellos y que se olviden de mí. Yo creo que mi mujer lo que no quiere es calentarse la cabeza con las comidas y mis padres lo que pretenden es que coma menos para ahorrar dinero, no están pasando por un buen momento económico.

-¿Y si realmente fuera ese el problema?

-No lo creo, económicamente han estado mal siempre y nunca se han metido tanto conmigo como ahora, yo creo que me tienen rabia porque ven que tengo apetito y que estoy fuerte, ellos son como dos pajaritos enclenques, siempre comiendo verduritas y pollo a la plancha. A mi me gustan los platos de toda la vida, cocidos, lentejas, un buen chuletón…

Nada de lo que me decía me pillaba por sorpresa ya que, mientras me hablaba de ello, le daba el  último sorbo a la cerveza con la que había acompañado un bocadillo de morcilla.

-Entonces te sientes orgulloso de tu físico y de tu salud

-Si claro, aunque tengo que cuidarme y no lo hago

-¿Te ocurre algo?

-El colesterol, lo tengo por las nubes,  y hace un mes tuve un amago de infarto, menudo susto.

-¡Eso es importante! ¿Qué es lo que te impide cuidarte?

-El médico me ha elaborado una dieta estricta y yo odio las lechuguitas y todo lo de color verde, solo de pensarlo me pongo rabioso…

-Esa rabia… ¿se parece en algo a la que sientes cuando tu familia te dice que comes mucho?

Automáticamente bajo la mirada hacia el plato vacio y se puso a juguetear con la perrita. Cuando volvió a levantar la vista su semblante estaba triste.

-Creo que sí, realmente no son ellos, soy yo. Estoy muy preocupado con el trabajo y eso me genera ansiedad, la misma que probablemente provoca que coma de manera voraz y, en consecuencia, que me haya subido el índice de colesterol. Encima cada vez tengo más peso y no me gusta lo que veo delante del espejo, no soy yo.

-¿Cómo influye todo eso en tus relaciones familiares y personales?

-De manera negativa, no aguanto a nadie y me parece que todo el mundo está en contra de mí.

-¿Y qué puedes hacer tú para cambiar esa situación?

-Lo primero recuperar mi salud y para ello tengo que tomar algunas decisiones respecto al trabajo.

-¿Quieres que hablemos de esto otro día mientras nos tomamos una tostada con aceite acompañada de una infusión?

En ese mismo momento el animalito de kilo y medio comenzó a ladrar escandalosamente. Sergio y yo nos miramos asombrados y comenzamos a reír. Parecía que, de esa manera, Pipa estaba dando el visto bueno a nuestro próximo encuentro.

«La  rabia se alimenta con el dialogo interno que realizamos para justificar el hecho de querer descargarla en contra del otro. Cuantas más vueltas le demos más argumentos encontraremos para tener razón y continuar enfadados, avivando así,  con los pensamientos, la llama de la rabia.

En ese estado no es posible el dialogo y se pierde la capacidad  de toma de conciencia de cuál fue la chispa que la provocó.

Lo más inteligente es no alimentarla pero, una vez que ya hemos explotado,  es importante encontrar un espacio para recrear los hechos hasta darnos cuenta de que pensamientos la provocaron y cuál fue  la causa real.

Con ello conseguiremos poner el foco de atención en aquello que realmente tenemos que resolver y nos evitaremos seguir echando más leña al fuego».

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